006.- DE VUELTA A CASA


Con lentitud, Esteban y mi esposa comenzaron a vestirse. Ella se sentía un poco aturdida.

El regreso a la realidad le provocó una mezcla de sentimientos. Al recordarme, al recordar a nuestros hijos, comenzó a sentir algo de arrepentimiento y vergüenza, acababa de entregarse a otro hombre por completo, sin reservas y sin pudor. Había permitido que una persona que no era su marido la poseyera como él había querido y las veces que así lo quiso. Su cuerpo estaba impregnado del aroma de ese hombre y en su interior, llevaba el semen que él había depositado.

Pero al mismo tiempo recordó los orgasmos que había tenido. Habían sido tantos. Comenzó a sentirse culpable por el placer sentido. Pero ese mismo recuerdo le dio la justificación que ella requería. Tenía mucho tiempo que no había disfrutado tanto al tener sexo. Hasta ese día, sólo lo había tenido conmigo, ya que yo había sido el único hombre en su vida. Hasta antes de ese día, ella no tenía un parámetro para comparar. Pero a partir de ese momento, las comparaciones iban a ser inevitables. Por el momento, acababa de tener el mejor sexo de su vida.

Pero, además, había algo que justificaba plenamente lo que acababa de hacer. Se había atrevido a hacer algo por si misma. Algo que ella había decidido hacer conscientemente y sin que se lo impusieran o condicionaran. El mismo Esteban le había dado la oportunidad de hacerlo o no ella había decidido continuar, sin importarle si había consecuencias.

Y una tercera justificación fue que yo estaba enterado de lo que ella iba a hacer, eso quitaba el sentimiento de engaño o infidelidad. Había cumplido una fantasía que por mucho tiempo yo le había sugerido. Tal vez no en la forma que yo hubiera imaginado, pero finalmente lo había hecho realidad.

Antes de salir de la habitación, Esteban se acercó a ella y la besó nuevamente en la boca. Mi esposa esperaba un beso tierno de agradecimiento, pero en su lugar, el beso de Esteban fue apasionado, violento, posesivo, atrayéndola hacía él con fuerza. Era el claro mensaje de que mi esposa ya era su mujer. Nunca le había importado que fuera casada y ahora con menor causa se iba a fijar en eso. Ella se le había entregado de manera voluntaria y por completo, él ya la había disfrutado de todas las maneras posible, su cuerpo ya llevaba su marca indeleble, no había mas que agregar. Mi esposa ya le pertenecía.

Salieron del hotel tomados de las manos. Caminaron unas calles y mi esposas recargaba su cabeza en el hombro de Esteban. El se ofreció a llevarla hasta la casa, pero ella se negó, prefirió tomar un taxi. Necesitaba ese tiempo a solas para asimilar lo que había sucedido.

Desde que me despedí de mi esposa y vi como Esteban la besaba y le agarraba las nalgas, los celos me invadieron profundamente. Estaba dejando a mi esposa con otro hombre, sabiendo que se la iba a coger. Una punzada dolorosa me taladraba las sienes y mi frecuencia cardiaca se aceleró, pero a pesar de eso, mi verga se puso dura. Nunca había tenido una erección tan potente, como la que experimenté en ese momento. Esa sensación me acompañó durante casi todo el día.

No me podía concentrar en mi trabajo, a cada momento me llegaba el recuerdo de la imagen de mi esposa besándose con Esteban y las manos de él acariciando sus nalgas. El saber que en esos momentos ella estaba con otro hombre y que quizá en esos momentos se la estuvieran cogiendo me seguía produciendo sentimientos encontrados. Por una parte, unos celos atroces, con ganas de ir por ella al lugar donde yo sabía que estaban cogiendo, pero al imaginar como estaría siendo penetrada por Esteban, mi pene invariablemente se volvía a poner duro. En la medida que transcurrían las horas, las erecciones se hacían más fuertes imaginando el momento en que ella llegara a casa y me relatara todo lo que habían hecho. En el inter del día me había masturbado cerca de cuatro veces y aun así mi excitación persistía.

Mi ansiedad, me llevó a comenzar a beber aún y cuando tenía 10 años de haber dejado el alcohol. Miles de imágenes daban vuelta en mi mente y comencé a servirme vaso tras vaso de vodka, pero lejos de apaciguar mi estado alterado, hacía que mi imaginación se incrementara. Decidí salir a la calle a esperarla.



Caminaba por la cuadra esperando verla aparecer. Sabía que, si iba con Esteban, no llegaría hasta la casa, sino que se despedirían antes de llegar a ella, pero no fue así. Un taxi se detuvo junto a mí. Vi bajar a mi esposa,

su cara irradiaba felicidad, su sonrisa era mas amplia que en otras ocasiones, la vi mas hermosa que nunca. Su pelo lucía despeinado, señal inequívoca de que algo había sucedido.

Cuando se bajo del taxi, ambos nos acercamos el uno al otro con rapidez, y comenzamos a besarnos, descargando en cada beso la ansiedad contenida. Su cuerpo aún tenía impregnada la loción de Esteban, mezclada con su propio perfume y el inconfundible olor a semen. Aspiré esa fragancia que enloqueció mis sentidos. Mi verga tuvo la erección mas fuerte en mucho tiempo, causándome incluso algo de dolor.

Inmediatamente entramos a casa. Apenas la dejé que saludara nuestros hijos y entramos a la recamara la cual cerramos con llave. Ella me dijo “Por favor despacio, me cogió muchas veces por el ano y lo tengo adolorido” en cuanto me dijo eso, la despoje del vestido y de su tanga le pedí que se pudiera inclinada sobre la cama y pegue mis labios a su ano que lucía muy dilatado y de un rojo intenso por la fricción tan prolongada que había tenido. 

Apenas se veían pequeños hilitos de líquido blanco que escurría de su interior. Comencé a besar sus nalgas, percibiendo el inigualable olor a semen que emanaba de su ano dilatado. Mi lengua recorrió todo el contorno de aquel enorme orificio tratando de aliviar el ardor y dolor que seguramente estaba sintiendo, producto de las largas cogidas que Esteban le había dado.  


Finalmente se acostó sobre la cama y con mi lengua fui recorriendo su cuerpo hasta llegar a sus vellos que en forma de una línea estrecha adornaba su pubis, pese a lo bien recortados que estaban, lucían brillantes y seguí besando y lamiendo su piel, que esta vez tenía un sabor diferente; no olía a perfume, como otras veces, olía a sexo, salvaje y profundo. Finalmente, mis labios se posaron en sus labios vaginales. Mi lengua poco a poco se fue abriendo paso entre ellos, buscando descifrar el sabor que de ellos escapaba.  

Su vagina también se observaba dilatada, y aunque no se percibían restos de semen, al introducir mis dedos, percibí una gran humedad viscosa. Saque mis dedos y los olí, un leve aroma a semen se desprendió de ellos e inmediatamente los chupe. Nuevamente mis labios se posaron en su entrada vagina y traté de insertar mi lengua lo mas profundo posible. En realidad, quería percibir el sabor de mi esposa, después de haber cogido con otra persona.

En mi erótico frenesí, mi lengua recorría toda la línea de su vulva hasta el ano, lamía sus pliegues arrancándole hondos suspiros y gemidos tanto por las caricias recibidas, como por el recuerdo de lo que hace apenas unos minutos acababa de vivir.

Mi esposa tuvo un orgasmo más, se sintió desfallecer, su cuerpo hipersensible en esos momentos se estremeció al punto de tener que morder una almohada para evitar un grito que alertara a nuestros hijos, que veían televisión en la sala. Sus piernas se enrollaron sobre mi cabeza apretándola contra su vagina, buscando que la caricia no cesara. Mi cara quedó llena de sus jugos, de mi saliva y del semen de Esteban que aún salía de ella.

Me bajé los pantalones y la penetré vaginalmente, mi verga resbaló fácilmente dentro de ella, producto de la excitación, pero sobre todo debido al semen que aún quedaba dentro. No la dejé hablar, seguí besándola aspirando el excitante olor que de ella emanaba. No duré mucho tiempo, a pesar de las veces que me había masturbado, el sentirla de regreso con el olor y el sabor de otro hombre, hicieron que eyaculara rápidamente dentro de ella.

Me recosté a su lado y comencé a acariciarla, tratando de adivinar por donde la había acariciado Esteban. Le pregunté “Te gustó” y ella respondió que si, que había sido muy rico, que se la había cogido dos veces por la vagina y como seis veces por el ano. Al oír eso mi verga se puso dura nuevamente, me incliné nuevamente sobre su nalgas y las comencé a besar y a acariciar, mi lengua comenzó a dibujar círculos en ellas, y mis manos las estrujaban suavemente, así comencé a pasar mi lengua entre el delgado canal que las divide y suavemente separé sus nalgas dejando al descubierto el ojito de su culo, el cual lucía muy rojo por la fricción y muy dilatado, producto de las veces que Esteban lo estuvo penetrando.

Pasé mi lengua alrededor de el y mi esposa apretó el culito frunciéndolo ante la sensación, seguí lamiéndolo, y poco a poco se fue relajando, cuando vi que se relajaba totalmente,

peque mi boca y comencé a succionar. Mi lengua comenzó a entrar y salir de él como una pequeña verguita, mi esposa gemía disfrutando de la caricia. Trataba de apretar el ano, pero estaba tan abierto que mi lengua entraba y salía con facilidad y apenas lograba fruncirse un poco sin lograr contraerlo por completo.


Volví a penetrarla por la vagina. No había tiempo de juegos o caricias, simplemente quería sentirla después de haber cogido con otro hombre. Y nuevamente eyacule dentro de ella, y segué bombeando después de eyacular, quería que el semen de Esteban que estaba muy adentro se mezclara con el mío. Finalmente salí del cuerpo de mi esposa y comencé a besarla desde la boca hasta su pubis, pasando por sus tetas e introduciendo mi lengua en su vagina para sentir el sabor de mi semen, imaginando que era el de Esteban

A partir de ese momento, nuestra vida cambió. Esteban iba a ser parte integral de ella. Cuando me llegó a comentar sus sentimientos de culpa, le contesté que yo jamás sentí que ella estuviera haciendo algo malo y si por el contrario me sentía orgulloso de tener una esposa decidida que era capaz de hacer lo que ella realmente quería y que estaba dispuesta a dejar atrás los prejuicios y que mientras las cosas sucedieran de común acuerdo, no tenía porque sentir remordimiento ni nada.

Yo siempre había estado orgulloso de mi esposa, de su belleza, de su inteligencia de que muchos otros hombres la desearan y que solo me perteneciera. Hoy me siento orgulloso de que ella haya disfrutado con otro hombre y de ser un auténtico CORNUDO.


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