007.- AL OTRO DÍA

No había podido dormir en toda la noche. De mi mente no desaparecía la imagen del ano dilatado de mi esposa lleno del semen de Esteban que había profanado el cuerpo que hasta un día antes, solo había sido mío. Las imaginarias escenas se repetían una y otra vez: mi esposa siendo penetrada en muchas ocasiones por el ano, por su compañero de trabajo, sin oponer resistencia, entregándose por completo a ese hombre que la había poseído hasta saciarse.

Mi esposa dormía plácidamente. De su cuerpo aún emanaba el olor a sexo y a loción de Esteban. Yo no había querido que se bañara, porque esa mezcla de aromas me excitaba de sobremanera. Incluso, a petición mía, dormía desnuda, de esa manera a cada rato me acercaba a oler su ano y su vagina.

El amanecer llegó y me sorprendió admirándola, ella se despertó y de inmediato se metió a bañar. Había que ir al trabajo. Era inevitable que Esteban y mi esposa se encontrarían en la oficina. El imaginarlos juntos nuevamente, aunque fuera en el trabajo, me provocó una de las muchas erecciones que había tenido en esas horas. 

Ella salió de bañarse y se dispuso a arreglarse mientras los niños y yo también nos dispusimos a prepararnos para ir a la escuela y al trabajo respectivamente. Cuando salimos de casa, mi esposa lucía radiante, se veía feliz. 

Siempre había admirado su belleza, pero ahora, su personalidad se complementaba con una seguridad en su expresión y en su andar. Era obvio que su aventura con Esteban le había subido el autoestima, y aunque estaba acostumbrada a los piropos y a las propuestas que algunos hombres le hacían, hasta ese momento había comprendido que era capaz de tomar una decisión en torno así misma y que si en algún momento había sentido remordimiento, ahora estaba segura de que había tomado una decisión correcta. El explorar su sexualidad libremente, sin tabúes, ataduras o prejuicios y que, a partir de ese momento, sería ella quien decidiría con quien, cuando y como.

Todo el camino había sido en silencio. Dejamos a los niños en la escuela y el camino a su trabajo fue igual en silencio. Al llegar, ella se despidió de mi con un largo beso y bajó del carro. Me quedé observándola mientras se alejaba, hasta su forma de caminar era diferente. Se veía altiva, sus caderas se meneaban suavemente y no pude apartar mi mirada de sus nalgas, que enfundadas en un apretado mallón, lucían esplendorosas y no pude dejar de pensar, que hacía unas horas, se las había entregado a otro hombre, que disfrutó de ellas hasta saciarse y que, en esos momentos, iba a verlo.

Cuando entró a su oficina, me retiré del lugar con una fuerte erección, tratando de imaginar que sucedería cuando Esteban y mi esposa se encontraran.

Cuando llegó a su escritorio, el lugar estaba vacío, se sentó y comenzó a acomodar sus cosas. Fue cuando algunas de sus compañeras comenzaron a llegar. La saludaron cordialmente, e inmediatamente se retiraban a sus lugares de trabajo, no sin antes hacer algún comentario entre ellas. Aunque Esteban y mi esposa habían tratado de ser discretos en su relación, ya existían rumores de que algo había entre ellos y no había pasado desapercibido, el hecho de que los dos habían faltado al trabajo el día anterior.

Cuando Esteban llegó, casi todas las miradas de sus compañeras se posaron en él e inmediatamente se dirigieron a mi esposa. Los miraron de manera alternada, mientras el se acercaba al escritorio de mi esposa. Al llegar, consciente de la situación, solo la saludó con un beso en la mejilla y se retiró a su escritorio. Las miradas cesaron y todos comenzaron a hacer su trabajo.

Llegado un momento mi esposa se levantó al baño, de regreso se encontró con Esteban, quien la tomó de la mano y la llevó al lugar en el que normalmente aprovechaban para besarse y acariciarse. Esta vez era diferente y Esteban lo dejó patente al besar a mi esposa con mucha fuerza introduciendo su lengua para saborear su aliento lo mas posible. Estrujo sus tetas sobre la ropa con la misma fuerza con que la besaba y sus manos bajaron hasta sus nalgas apretándolas como reclamando lo que ya le pertenecía.

Cuando el beso cesó, mi esposa le dijo que se calmara, que lo más probable es que lo que había pasado no volvería a suceder: Esteban le preguntó si le había molestado algo, ella beso suavemente sus labios y le dijo: “No, en realidad todo estuvo muy bien, lo disfruté bastante, pero como ya te dije, sigo enamorada de mi esposo y no lo voy a dejar”. Esteban la tomo de la cintura y la atrajo hacia el diciéndole que él no le estaba pidiendo ni ofreciéndole ningún compromiso, que ella le gustaba enormemente y que lo que habían vivido había aumentado su la atracción que sentía por ella. Que el haber sentido su piel cálida y haber disfrutado su cuerpo, habían logrado despertar un deseo muy fuerte de seguir poseyéndola.

Mi esposa quiso explicarle que eso no podría ser, pero el nuevamente se prendió de sus labios. Esta vez con menos fuerza, pero con mayor pasión. Sus manos abrieron la blusa de mi esposa y comenzó a acariciar sus tetas. Subió el brasiere para poder pellizcar los pezones de mi esposa. Las caricias y la sensación del peligro de ser descubiertos excitaron a mi esposa quien comenzó a acariciar la verga de Esteban por encima del pantalón. Sintió como se fue poniendo dura y bajó el cierre y dejó que la enorme verga quedara al aire. La tomó con una de sus manos y comenzó a masturbarlo, mientras él no dejaba de besarla y de acariciar sus senos y pezones. 

En momentos Esteban apartaba sus labios para posarlos en el blanco pecho de mi esposa prodigándole ligeras mordidas en cada una de sus aureolas. Sus pezones se pusieron rígidos despertando ante las inesperadas caricias. 


Mi esposa siguió masturbando a Esteban hasta que el eyaculo. A pesar de que apenas en la tarde del día anterior lo había hecho ocho veces, su eyaculación fue abundante. El semen arrojado fue a caer en la zona de la cadera y piernas del mallón de mi esposa, dejando una gran mancha. El macho había marcado su territorio, la hembra que había conseguido el día anterior, ya era para él, sin importar que tuviera esposo.

Siguieron besándose y mi esposa no soltaba la verga de Esteban, seguía manipulándola a pesar del semen que aún brotaba de ella y que impregnaba su mano. Finalmente, él le dijo: “No me prometas nada, simplemente si quieres volver a estar conmigo, estoy a tu disposición las veces que quieras y como quieras”. Metió su pene dentro del pantalón mientras mi esposa abotonaba y se acomodaba la blusa, se dieron un ligero beso en los labios y se retiraron a su lugar de trabajo.

Mi esposa frotó sus manos para secar el semen que había quedado en una de ellas y aunque la humedad desapareció, el olor la acompaño durante un buen rato. 

El resto del día solo se dirigieron miradas de complicidad y algunas sonrisas. El mallón de mi esposa quedó manchado con el semen de Esteban y a pesar de que trataba de ocultar la mancha, esta era muy evidente. Finalmente, a la hora de la salida, se despidieron con un beso en la mejilla y un pequeño roce de sus manos.

Cuando mi esposa salió, yo ya la esperaba, como siempre, para ir a recoger a nuestros hijos. Inmediatamente noté la gran mancha en su mallón, al subir al auto, me dio un beso largo y profundo, le pregunté que se le había caído y con toda la naturalidad del mundo me contestó “Nada, es semen de Esteban”. Yo me quedé sorprendido, sin nada que decir, “¿cogiste con el en la oficina?” le pregunté y me contestó: “Claro que no, pero al querer decirle que ya no haríamos nada, pues nos comenzamos a besar y terminé masturbándolo y pues ya vez, terminó sobre mi mallón”. Me acerqué a ella y nuevamente besé sus labios, los mismos que había besado Esteban en infinidad de ocasiones, incluso apenas unos minutos antes. Le dije “Me tienes que contar todo” mira como me tienes nada mas de imaginarlo. Tomé su mano y la puse sobre mi pantalón, debajo del cual, mi pene estaba totalmente erecto.

Fuimos a recoger a los niños, pero yo estaba ansioso de oír de los labios de mi esposa todos los pormenores de su aventura y de como habían nacido mis cuernos.



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