008.- EL RELATO DE MI ESPOSA


La tarde transcurría muy lentamente para mí. Esperaba ansioso que anocheciera para que mi esposa y yo nos encerráramos en la recamara y me platicara todo lo que había vivido el día anterior y esa mañana. Mientras, cada que podía la besaba y acariciaba discretamente sus nalgas. Le pedí que no se cambiara el mallón manchado del esperma de Esteban y de vez en cuando me acercaba a la mancha para olerla y pasar mi lengua sobre ella.

Finalmente llegó la noche y la hora de ir a la recámara. Mi esposa se puso una bata ligera y yo me quedé en boxers. Nos recostamos en la cama y ambos guardamos silencio. Después de un rato, ella volteó a verme y me dijo “¿Y ahora?”, yo le contesté: “pues cuéntame”. Y que quieres saber, preguntó ella y yo le dije “Todo. Dime sentiste pena cuando te desnudaste”.

Ella me dijo que cuando le quito el vestido y el brasiere, si le había dado pena, era la primera vez que otro hombre la veía desnuda, pero a la vez se sentía excitada, tenía una sensación de temor por no saber qué le iba a pasar, pero a su vez de curiosidad. Me contó como él le pidió que fuera ella quien se quitara la tanga y que después el mismo le pidió que le quitara la trusa, como prueba de que lo estaba haciendo por su propia voluntad. 

Inmediatamente saltó la pregunta: “¿En serio? ¿le quitaste la trusa tu? ¿Qué sentiste de ver otra verga? Ella comenzó a reírse levemente. Me dijo, sabía que me lo ibas a preguntar. Me dijo que, al principio, cuando ella se quitó la tanga, cerró los ojos, intentando que al no verlo ella a él, sentiría que el mismo no la vería o que no estaba ahí, que al abrir los ojos y ver su expresión de lujuria, su primer intento fue el de cubrirse, pero que para evitarlo había decidido poner sus manos hacia atrás, mostrándose por completo a Esteban. Y que cuando le quitó la trusa su verga saltó frente a ella, la tomo con una mano y la comenzó a acariciar.

¿Se la mamaste? Pregunté de inmediato, ella sonrió nuevamente y me dijo “No, eso solo te lo haré a ti”. Una especie de decepción y alivio me invadió de inmediato. Yo había pensado que ella había tenido la verga de Esteban en su boca y me imaginaba como había disfrutado él que mi esposa se la mamara, ya que ella, con el tiempo había adquirido una habilidad increíble al hacerlo, al decirme que no lo había hecho, sentí como si algo le hubiera faltado, sin embargo, me dio gusto saber que por lo menos algo de todo lo que hubiera podido entregar lo hubiera reservado sólo para mí.



En la medida que ella me iba contando los detalles, mi permanente erección se hacía cada vez más dura. No pude dejar de admirar su hermoso cuerpo a través de la bata, siempre pensando e imaginando como lo habría acariciado y besado Esteban.

En un momento dado, y presa de la excitación, acerqué mi rostro y besé sus labios apasionadamente, mi lengua, rápidamente se abrió paso entre sus labios y ella, presa también de una creciente excitación, respondió al beso apasionadamente. Fue un beso largo, en el que ambos sorbimos nuestros respectivos sabores. Mi esposa percibió en mí el sabor de un macho que reclamaba lo que le pertenecía y que estaba dispuesto a poseer a la hembra, mientras que yo percibí el sabor quemante de una mujer que ejercía su sexualidad plenamente, y que desea ser poseída.

Entre besos susurré una de las preguntas que mas me interesaban como macho, temía la respuesta, pero sentía una curiosidad enorme: “De que tamaño la tiene”. Mi esposa se me quedó mirando a los ojos, se apartó un poco y guardó silencio, fue entonces cuando insistí: “De que tamaño la tiene”; ella entrecerró los ojos y con una voz apenas audible me dijo: “Pues si la tiene mas grande que tú”. Yo la sujeté con arrebato y furiosamente besé sus labios, sus palabras taladraron mi cerebro; “¿mucho?”, pregunté y ella me respondió haciendo una seña con sus manos “mas o menos así”, me dijo mostrándome el tamaño que tenía la verga que había recibido; mas o menos veinticinco centímetros. Si efectivamente, mas grande que mi pene. En seguida ella agregó “Pero tú la tienes más gruesa” las palabras las sentí como una compensación.

La seguí besando imaginando como una verga tan grande se había podido coger a mi esposa, y sobre todo como se había alojado en su ano. “¿En serio, no se la mamaste?”; pregunté un tanto incrédulo ante todo lo que me había contado, “No” contestó ella, “Ya te

dije que eso lo reservo para nosotros”. Con un suspiro de alivio seguí besándola. Ya la había despojado de su bata, estaba desnuda junto a mí.

Comencé a besar sus tetas y a mordisquear sus pezones, que lucían erectos y duros. Fue cuando lancé otra pregunta: “¿Se la agarraste muchas veces?” y ella me respondió “Si, varias veces, primero antes de coger y después de cada vez que terminaba dentro de mí, se la acariciaba para que se le volviera a poner dura. 

Su respuestas ya me tenían loco de excitación, mi pene estaba totalmente erecto, así que la recosté boca arriba y me acomodé sobre de ella entre sus piernas, y acomodé mi verga entre los labios palpitantes de su vulva y dejó que la penetrara. Mi verga entro en la vagina de mi esposa, sin resistencia, la lubricación lograda por el alto grado de excitación hizo que su  vagina se convirtiera en una cueva de placer cálida y húmeda, mi entraba en su cuerpo como una serpiente, sedienta de absorber los deliciosos jugos que emanaban de la fuente de placer en que se convirtió la vagina de mi esposa y deseosa de dejar salir, cual ponzoña, mi leche vital, la cual quedaría dentro de las entrañas de mi mujer tratando de acallar la profanación  que había hecho Esteban.

Ella arqueaba su espalda, para sentir más profunda la penetración, y yo trataba de mil formas de llegar hasta el borde de su útero, como seguramente había llegado el pene de Esteban. Mi verga entraba y salía del cuerpo de ¿mi mujer?, me pregunté, ella se había entregado por completo a él. Mis embestidas pronto tuvieron respuesta al seguir perforando la vagina de mi esposa. Yo la penetraba de manera frenética por el alto grado de excitación, ocasionando en mi esposa olas de calor que subían por todo su interior, sintiendo que le quemaba por dentro, pero no deseaba que dejara de poseerla. Los orgasmos se presentaron en cadena, uno, dos, tres, no supo cuántos, su cuerpo se convulsionaba de placer. Hizo grandes esfuerzos para contener el grito de placer que buscaba salir de su garganta, simplemente lo dejo salir como un sollozo, mientras yo seguía penetrándola sin importarme las lágrimas de mi esposa.

Las paredes de la vagina de mi esposa se contraían alrededor de mi verga abrazándola de tal manera que yo también sentía el calor que emanaba de su vagina, ocasionando que mi verga se mantuviera rígida. Fue un pequeño pinchazo en los testículos, el que anuncio la próxima eyaculación, hice una última penetración lo mas profundo que pude dejé salir mi esperma dentro de ella. Al sentir el líquido caliente, la vagina de mi esposa se contrajo con mas fuerza, como queriendo absorber todo el líquido vital que emanaba de mi pene. Al

terminar, durante un rato permanecí dentro de ella sintiendo como el semen comenzaba a escurrir de su vagina hacia sus nalgas y ano. 

Al terminar mi eyaculación, continuamos besándonos, aunque ya habían pasado muchas horas e incluso se había bañado, yo sentía la imperiosa necesidad de borrar las huellas de las caricias que le había prodigado Esteban. Dentro de mi crecía una extraña sensación de celos y placer que hacía que mi cerebro segregara adrenalina a una cantidad inimaginable. El imaginarla siendo poseída por otro hombre y sobre todo, que ella lo hubiera disfrutado como me lo había platicado hacían que esa mezcla de celos y placer se hiciera más intensa a grado tal que ya quería que lo volviera a hacer para que me siguiera platicando y no dejar de que ese sentimiento ambivalente desapareciera.

Durante los días subsecuentes, mi esposa y yo tuvimos el sexo más exquisito que hubiéramos experimentado hasta ese momento. Cogíamos todos los días sin importar la hora, aún cuando los hijos estaban en la sala, en lo que veían televisión, nos encerrábamos en la recamara y yo no paraba de preguntar. Ella contestaba todas mis preguntas sabiendo que, con cada respuesta suya, mi erección y mi capacidad para tener relaciones se incrementaba. Hubo ocasiones en que llegamos a coger hasta cuatro veces en un solo día, lo cual para nosotros era formidable si tenemos en cuenta que antes lo hacíamos una vez cada semana, si bien nos iba.

Pasaron los días, semanas y aun cuando la excitación continuaba cada vez que lo recordábamos, esta ya no era tan explosiva como los primeros días después de su aventura. Fue cuando mi esposa me dijo algo que me taladró hasta el cerebro:



“QUIERO VOLVER A HACERLO CON ESTEBAN”


No hay comentarios.:

Publicar un comentario