La tarde transcurría muy
lentamente para mí. Esperaba ansioso que anocheciera para que mi esposa y yo
nos encerráramos en la recamara y me platicara todo lo que había vivido el día
anterior y esa mañana. Mientras, cada que podía la besaba y acariciaba
discretamente sus nalgas. Le pedí que no se cambiara el mallón manchado del
esperma de Esteban y de vez en cuando me acercaba a la mancha para olerla y
pasar mi lengua sobre ella.
Finalmente llegó la noche
y la hora de ir a la recámara. Mi esposa se puso una bata ligera y yo me quedé
en boxers. Nos recostamos en la cama y ambos guardamos silencio. Después de un
rato, ella volteó a verme y me dijo “¿Y ahora?”, yo le contesté: “pues
cuéntame”. Y que quieres saber, preguntó ella y yo le dije “Todo. Dime sentiste
pena cuando te desnudaste”.
Ella me dijo que cuando
le quito el vestido y el brasiere, si le había dado pena, era la primera vez
que otro hombre la veía desnuda, pero a la vez se sentía excitada, tenía una
sensación de temor por no saber qué le iba a pasar, pero a su vez de curiosidad.
Me contó como él le pidió que fuera ella quien se quitara la tanga y que
después el mismo le pidió que le quitara la trusa, como prueba de que lo estaba
haciendo por su propia voluntad.
Inmediatamente saltó la
pregunta: “¿En serio? ¿le quitaste la trusa tu? ¿Qué sentiste de ver otra
verga? Ella comenzó a reírse levemente. Me dijo, sabía que me lo ibas a
preguntar. Me dijo que, al principio, cuando ella se quitó la tanga, cerró los
ojos, intentando que al no verlo ella a él, sentiría que el mismo no la vería o
que no estaba ahí, que al abrir los ojos y ver su expresión de lujuria, su
primer intento fue el de cubrirse, pero que para evitarlo había decidido poner
sus manos hacia atrás, mostrándose por completo a Esteban. Y que cuando le
quitó la trusa su verga saltó frente a ella, la tomo con una mano y la comenzó
a acariciar.
¿Se la mamaste? Pregunté
de inmediato, ella sonrió nuevamente y me dijo “No, eso solo te lo haré a ti”.
Una especie de decepción y alivio me invadió de inmediato. Yo había pensado que
ella había tenido la verga de Esteban en su boca y me imaginaba como había
disfrutado él que mi esposa se la mamara, ya que ella, con el tiempo había
adquirido una habilidad increíble al hacerlo, al decirme que no lo había hecho,
sentí como si algo le hubiera faltado, sin embargo, me dio gusto saber que por
lo menos algo de todo lo que hubiera podido entregar lo hubiera reservado sólo
para mí.
En la medida que ella me
iba contando los detalles, mi permanente erección se hacía cada vez más dura. No
pude dejar de admirar su hermoso cuerpo a través de la bata, siempre pensando e
imaginando como lo habría acariciado y besado Esteban.
En un momento dado, y
presa de la excitación, acerqué mi rostro y besé sus labios apasionadamente, mi
lengua, rápidamente se abrió paso entre sus labios y ella, presa también de una
creciente excitación, respondió al beso apasionadamente. Fue un beso largo, en
el que ambos sorbimos nuestros respectivos sabores. Mi esposa percibió en mí el
sabor de un macho que reclamaba lo que le pertenecía y que estaba dispuesto a
poseer a la hembra, mientras que yo percibí el sabor quemante de una mujer que ejercía
su sexualidad plenamente, y que desea ser poseída.
Entre besos susurré una
de las preguntas que mas me interesaban como macho, temía la respuesta, pero
sentía una curiosidad enorme: “De que tamaño la tiene”. Mi esposa se me quedó
mirando a los ojos, se apartó un poco y guardó silencio, fue entonces cuando
insistí: “De que tamaño la tiene”; ella entrecerró los ojos y con una voz
apenas audible me dijo: “Pues si la tiene mas grande que tú”. Yo la sujeté con
arrebato y furiosamente besé sus labios, sus palabras taladraron mi cerebro;
“¿mucho?”, pregunté y ella me respondió haciendo una seña con sus manos “mas o
menos así”, me dijo mostrándome el tamaño que tenía la verga que había
recibido; mas o menos veinticinco centímetros. Si efectivamente, mas grande que
mi pene. En seguida ella agregó “Pero tú la tienes más gruesa” las palabras las
sentí como una compensación.
La seguí besando
imaginando como una verga tan grande se había podido coger a mi esposa, y sobre
todo como se había alojado en su ano. “¿En serio, no se la mamaste?”; pregunté
un tanto incrédulo ante todo lo que me había contado, “No” contestó ella, “Ya
te
dije que eso lo reservo
para nosotros”. Con un suspiro de alivio seguí besándola. Ya la había despojado
de su bata, estaba desnuda junto a mí.
Comencé a besar sus tetas
y a mordisquear sus pezones, que lucían erectos y duros. Fue cuando lancé otra
pregunta: “¿Se la agarraste muchas veces?” y ella me respondió “Si, varias
veces, primero antes de coger y después de cada vez que terminaba dentro de mí,
se la acariciaba para que se le volviera a poner dura.
Su respuestas ya me
tenían loco de excitación, mi pene estaba totalmente erecto, así que la recosté
boca arriba y me acomodé sobre de ella entre sus piernas, y acomodé mi verga
entre los labios palpitantes de su vulva y dejó que la penetrara. Mi verga
entro en la vagina de mi esposa, sin resistencia, la lubricación lograda por el
alto grado de excitación hizo que su vagina se convirtiera en una cueva de placer
cálida y húmeda, mi entraba en su cuerpo como una serpiente, sedienta de
absorber los deliciosos jugos que emanaban de la fuente de placer en que se
convirtió la vagina de mi esposa y deseosa de dejar salir, cual ponzoña, mi
leche vital, la cual quedaría dentro de las entrañas de mi mujer tratando de
acallar la profanación que había hecho
Esteban.
Ella arqueaba su
espalda, para sentir más profunda la penetración, y yo trataba de mil formas de
llegar hasta el borde de su útero, como seguramente había llegado el pene de Esteban.
Mi verga entraba y salía del cuerpo de ¿mi mujer?, me pregunté, ella se había entregado
por completo a él. Mis embestidas pronto tuvieron respuesta al seguir
perforando la vagina de mi esposa. Yo la penetraba de manera frenética por el
alto grado de excitación, ocasionando en mi esposa olas de calor que subían por
todo su interior, sintiendo que le quemaba por dentro, pero no deseaba que
dejara de poseerla. Los orgasmos se presentaron en cadena, uno, dos, tres, no
supo cuántos, su cuerpo se convulsionaba de placer. Hizo grandes esfuerzos para
contener el grito de placer que buscaba salir de su garganta, simplemente lo
dejo salir como un sollozo, mientras yo seguía penetrándola sin importarme las
lágrimas de mi esposa.
Las paredes de la vagina
de mi esposa se contraían alrededor de mi verga abrazándola de tal manera que yo
también sentía el calor que emanaba de su vagina, ocasionando que mi verga se
mantuviera rígida. Fue un pequeño pinchazo en los testículos, el que anuncio la
próxima eyaculación, hice una última penetración lo mas profundo que pude dejé
salir mi esperma dentro de ella. Al sentir el líquido caliente, la vagina de mi
esposa se contrajo con mas fuerza, como queriendo absorber todo el líquido
vital que emanaba de mi pene. Al
terminar, durante un rato
permanecí dentro de ella sintiendo como el semen comenzaba a escurrir de su
vagina hacia sus nalgas y ano.
Al terminar mi
eyaculación, continuamos besándonos, aunque ya habían pasado muchas horas e
incluso se había bañado, yo sentía la imperiosa necesidad de borrar las huellas
de las caricias que le había prodigado Esteban. Dentro de mi crecía una extraña
sensación de celos y placer que hacía que mi cerebro segregara adrenalina a una
cantidad inimaginable. El imaginarla siendo poseída por otro hombre y sobre
todo, que ella lo hubiera disfrutado como me lo había platicado hacían que esa
mezcla de celos y placer se hiciera más intensa a grado tal que ya quería que
lo volviera a hacer para que me siguiera platicando y no dejar de que ese
sentimiento ambivalente desapareciera.
Durante los días
subsecuentes, mi esposa y yo tuvimos el sexo más exquisito que hubiéramos
experimentado hasta ese momento. Cogíamos todos los días sin importar la hora,
aún cuando los hijos estaban en la sala, en lo que veían televisión, nos
encerrábamos en la recamara y yo no paraba de preguntar. Ella contestaba todas
mis preguntas sabiendo que, con cada respuesta suya, mi erección y mi capacidad
para tener relaciones se incrementaba. Hubo ocasiones en que llegamos a coger
hasta cuatro veces en un solo día, lo cual para nosotros era formidable si
tenemos en cuenta que antes lo hacíamos una vez cada semana, si bien nos iba.
Pasaron los días, semanas
y aun cuando la excitación continuaba cada vez que lo recordábamos, esta ya no
era tan explosiva como los primeros días después de su aventura. Fue cuando mi
esposa me dijo algo que me taladró hasta el cerebro:
“QUIERO VOLVER A HACERLO CON ESTEBAN”
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